lunes, 8 de febrero de 2010

La suerte y el deporte


Esta vez no quiero hablar sobre los resultados de los deportistas en su respectiva disciplina. No, no quiero. En esta oportunidad, indignada, quisiera renegar lo difícil que se me hace ganar aquella lotería pelotera llamada Ganagol.

No juego la Tinka porque la veo aún más yuca y a pesar, que en ambas, varios pueden ser los elegidos para llevarse jugosa recompensa, yo no nací para ello (al parecer).

Era la décima vez que jugaba. De – Tín – Marín – De – Do – Pingüé. Domingo, en la tardecita: no lo tenía planeado. Me dirigía a comprar unos embutidos, y ahí estaba, kioskito amarillo, algunos domingueros en bibidí y guayabera, rezando su suerte.

Tener justo dos soles en el bolsillo con mucho afán de ser “millonaria”, no es el 2 + 2 = suerte. El azar es malvado y juega con los sentimientos del ilusionado – iluso – mentecato. A veces se convierte en vicio, pero el continuo fracaso te devuelve a la justa premisa: si tienes dos soles, mejor, dónalos.

Juego Ganagol porque me gustan los deportes. Me siento más deportista jugando éste, y no otra lotería. Siempre creo que acertaré, mínimo en doce de catorce. Por qué no. Me siento Nostradamus, cierro los ojos. Alucino viendo el futuro, patadas inauditas, scores finales, intercambios de camiseta, centrándome, casi siempre, en coherentes resultados.

Si dudo, pronostico Empate, total, estar en medio me situará más cerca de cualquier resultado posible. Sigo alucinando, pero igual, no gano.

La espera desconcierta. No quiero pensar, ni buscar los resultados uno por uno. El Internet pica, aún así, prefiero esperar a que todos los encuentros hayan culminado.

Mientras, echada en mi cama, sigo alucinando: Foto con el gran cheque de S/. 80 mil soles. ¿Qué me compro? Ni michi. El canal deportivo me sacude, con cuatro resultados desalentadores. No los quería escuchar ni ver. Muy tarde, ese canal siempre está prendido en mi habitación.

Así, espero no jugar Ganagol en mucho tiempo o quizá hacerlo en unos días. No lo sé. Igual haré el esfuerzo de no tener: dos soles en el bolsillo ni las ganas de comer embutidos una tarde de domingo, donde los vicios pueden tentar a cualquier incauto, iluso, mentecato, apasionado del deporte, que no mira fútbol nacional, a esa hora, y prefiere hacer compras que ver un deporte, que no tiene suerte, ni en un estadio patrio, ni en un kioskito amarillo.

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